Adiós amigo, adiós

Hace unas dos semanas ocurrió una tragedia en mi vida. Luego de acompañarme durante casi 7 años, he perdido a alguien muy importante, que estuvo conmigo en la residencia religiosa María Inmaculada (a la que mis padres me enviaron primero, temerosos de que su hija provinciana fuera a sufrir la delincuencia y el peligro de la capital) y en los dos departamentos que he habitado en Santiago, que me acompañó en mis noches de desvelos cuando estudiaba en Beaucheff y en FACEA, acogió las “sopas para uno” en los inviernos , y fue junto al café el mejor compañero para esta fanática del café , que se pone como el conejo tambor de Bambi cada vez que toma ese exquisito elixir de los Dioses (me encanta el café!!).

Adios, tazoncito de café, que fuiste encontrado por Titi cuando buscaba un tazón que fuese grande y no lo encontraba, porque en ese entonces no habían muchos, pero como sabía que yo quería uno, buscó, buscó, hasta que te encontró. Adiós compañero, adiós amigo.

No soy muy buena para los poemas (no estoy ni cerca de ser un Silvio, que le escribió a su lapiz Bic perdido el Unicornio Azul), y los que escribo me los reservo, pero encontré este soneto de Arteche, y te lo dedico en un último adiós:

Sentado en el café cuentas el día,
el año, no sé qué, cuentas la taza
que bebes yerto; y en tu adiós, la casa
del ojo, muerta, sin color, vacía.

Sentado en el ayer la taza fría
se mueve y mueve, y en la luz escasa
la muerte en traje de francesa pasa
royendo, a solas, la melancolía.

Sentado en le café oyes el río
correr, correr, y el aletazo frío
de no sé qué: tal vez de ese momento.

Y en medio del café queda la taza
vacía, sola, y a través del asa
temblando el viento, nada más, el viento.